jueves, 14 de mayo de 2015

Olvida la envidia y descubre tu talento. Una historia para el cambio

Ovarb es una ciudad al este de la región. Algunas de sus cualidades la hacen especial, como su inmenso lago azul y sus impresionantes montañas cársticas de nieves perpetuas, límite geográfico al norte de la población. Sin embargo, lo que más caracteriza hoy a la ciudad es el control. Sí, un férreo control ejercido desde el poder hacia la ciudadanía. ¿Por qué ocurre esto? Dicen que su origen se debe a una cadena de acontecimientos violentos, ocurridos hace décadas, lo que llevó a perseguir y castigar inicialmente las conductas delictivas, y luego las valoradas como desajustadas o potencialmente peligrosas. Este control es dirigido por unos pocos en el gobierno y ejecutado por las fuerzas del orden creadas al efecto.
La situación actual dista mucho de ser idónea.  Por un lado, la delincuencia se ha sofisticado y lejos de desaparecer aún hoy pervive. Por ejemplo, algunos colectivos, bien relacionados con los círculos de poder, campan a sus anchas realizando actos especulativos e incluso delictivos, a expensas de los derechos de terceros. Con estos casos, los órganos de control hacen la vista gorda. Hechos como éste han provocado la aparición de grupos reivindicativos, no violentos pero sí anti-sistema, que están logrando cierto eco y apoyo social.

Este ambiente de control, junto a una idea vaga –vivida muchas veces como caprichosa- de lo que es lícito o no, ha hecho que la mayoría de la población esté como agachada. Pocos se atreven a hacer algo distinto a lo de siempre. Se centran en sobrevivir, sin llamar la atención ni destacar en nada, con una escasa participación social, ante la duda si un comportamiento será o no sancionado. Sienten que el control inicial para garantizar las libertades, es ahora precisamente el factor coercitivo de su angustioso día a día.
Hoy día Ovarb es una ciudad gris, que funciona a mínimos, ya que apenas existen iniciativas desde un punto de vista empresarial, cultural, investigador o social, ante la ausencia de apoyo institucional o de cualquier otro tipo. Lo que está bien o funciona ni es valorado ni especialmente tenido en cuenta; funciona y ya está. Muy al contrario, existe una percepción restringida de lo que puede o debe hacerse, estando todas las demás posibilidades en un limbo alegal, que inhibe cualquier propuesta o alternativa innovadora.

Viajemos en el espacio al oeste, en el otro extremo de la región. Aquí nos encontramos con otra ciudad, muy similar a la anterior en tamaño y en recursos, aunque casi opuesta en muchas otras cosas. Me refiero a Bravo. Sorprendentemente, y en contraste a Ovarb, en esta población todo marcha más que bien, estupendamente. En cualquier punto de la ciudad se respira bienestar, vitalidad y prosperidad. Basta con fijarse en la actividad de las personas, la bulliciosa vida social en parques y avenidas, en los comercios, escuelas, empresas, centros públicos y de ocio. La apariencia de las calles, de los edificios y del resto del entorno urbano resulta tan atractiva que da gusto pasear y perderse por cualquiera de sus recovecos.
Hasta diría que la felicidad se dibuja en los rostros de sus ciudadanos, y en la forma de interactuar entre ellos.  Se respira una sensación de bienestar, civismo y entusiasmo contagiosos. Todos parecen disfrutar con lo que hacen y con lo que ocurre a su alrededor. De hecho, si nos fijamos en detalle, cada ciudadano no sólo disfruta con su actividad profesional; también la borda.  Cada uno es, más que bueno, excelente en su trabajo, sorprendiéndonos con su hacer, al actuar de forma tan fácil, fluida y gratificante. Desde la pericia del conductor de autobús, el cuidadoso trato de los enfermeros y médicos, la rápida y eficiente acción del mecánico o los exquisitos manjares preparados en cocina, todos lo hacen muy bien y disfrutan con lo que hacen.  Los ciudadanos se sienten, más que a gusto, encantados de vivir allí,  orgullosos de pertenecer a Bravo. Y no es precisamente por azar. 
Hace ya tiempo que la asamblea identificó, con la participación de todos, las cosas que importaban, lo que hacía funcionar a la ciudad. Vieron cómo satisfacer de forma sostenida las necesidades primero, y las aficiones, gustos e inquietudes después, de los colectivos que forman la comunidad. Así, delimitaron los servicios, públicos o privados, identificaron mejoras potenciales y definieron acciones para anticipar soluciones y respuestas idóneas.

Ligado a cada servicio vieron qué talentos, individuales o colectivos, hacían falta, con ejemplos muy claros de cómo se aplicaban, en qué consistían, que requerían, etc.
Después, pusieron en marcha una idea tan genial como sencilla: fomentar que la gente se dedique a aquello que le gusta y se le dé especialmente bien. Si además, fruto de ese hacer, se generaba un producto o servicio de valor para algún colectivo, mejor que mejor. Será más fácil y rápido ganarse la vida con algo, si ese algo te gusta y se te da bien. Razonable, ¿verdad?

¿Cómo empezaron? Pues apostando por una sencilla idea: si alguien realiza espontáneamente determinada actividad, probablemente es porque disfruta con ello, sobre todo si lo repite una y otra vez. Ahora viene la segunda parte, que es la más interesante. La asamblea lanzó un atractivo programa en el que se invitaba a que cualquier ciudadano reconociera los actos, contribuciones y comportamientos valiosos realizados por otros ciudadanos. Se creó un sistema con el que cada uno pudiese enviar reconocimientos dirigidos a la persona elegida, elogiando un comportamiento en concreto. Con esto, se cerraba el círculo virtuoso. Gente haciendo algo que disfruta, que se le da bien y con valor a ojos de los demás, por tanto reconocidas y apreciadas, lo que anima aún más a actuar así, y a mejorar. De esta manera, cada ciudadano acumula reconocimientos, que van dibujando sus fortalezas más características, a la vez que le orientan hacia la excelencia de su talento genuino.
Bravo se convirtió en una ciudad en donde la gente tenía claro a qué dedicarse, e incluso cuándo y cómo cambiar de oficio o actividad. Las propias dinámicas sociales de reconocimiento orientaban en positivo las evoluciones de las personas. Imagina que alguien quiere explorar algo nuevo que le atrae; al obtener resultados y repetirlo, otros ciudadanos apreciarán su hacer, produciéndose una transformación beneficiosa para todos: nuevas aportaciones de valor, desarrollo de nuevos talentos. Gente realizada al cumplir una misión con sus habilidades y al obtener reconocimiento por su aportación. Gente encantada por una contribución motivada y excelente de otros ciudadanos. Todos satisfechos.
Alrededor de las actividades y profesiones más sofisticadas crearon los Círculos del Conocimiento, dinamizados de forma espontánea por los referentes de cada actividad, los ciudadanos más reputados en la materia. Estaban abiertos a todos los interesados en el tema. Allí  compartían experiencias, logros, recursos y desarrollos innovadores, y se planteaban cuestiones de interés. Sencillamente, el éxito se apoyaba en el ECO (expertise, compromiso y optimismo) de cada participante. Más que ilusión, era pasión la forma en que se celebraban estas dinámicas; Los resultados, fruto del trabajo colaborativo en red,  eran sencillamente impresionantes: grandes ideas, propuestas y desarrollos, de enorme valor para la comunidad… ¡y para sus creadores!
Para que el sistema funcionara desde el principio, hubo que superar un obstáculo importante, anticipado por algunos en la Asamblea: la envidia. Puede boicotear todo el proceso, inhibiendo el reconocimiento sincero de buen hacer de otros. Entonces, ¿cómo erradicarla?
Fue un edil quien anticipó la solución: la envidia se diluye cuando tenemos algo por lo que sentirnos orgullosos, algo que alimente nuestra autoestima. La idea es que cada ciudadano sienta que aporta algo valioso. ¿Cómo? Pues precisamente, recibiendo reconocimiento. Sin autoestima, no hay paraíso. Y, como dijo el alcalde de Bravo, citando a Marco Tulio Cicerón, nadie que confíe en sí, envidia la virtud de otro. Curiosamente, la solución era el propio sistema: reconocimiento. Uno deja de sentir envidia cuando descubre su talento. Por  otro lado, si negamos el reconocimiento merecido a los demás, cerramos las puertas a nuestro propio reconocimiento. Como en tantas otras esferas de la vida, das lo que recibes.

La historia de bravo, con todos sus aprendizajes, llegó a Ovarb y más allá, logrando transformaciones increíbles, muy positivas, a juicio de los propios ciudadanos. Fue gracias a un equipo, formado por algunos de los "mejores reconocedores" de Bravo, con gran experiencia y talento en reconocer lo bueno de otros. Desarrollaron un cuerpo de conocimiento claro y muy eficaz sobre cómo transformar las cosas a mejor con la sencilla práctica del reconocimiento social. Aprendieron cómo un reconocimiento honesto y a tiempo puede cambiarlo todo. Y ese fue su gran valor de contribución, que iban compartiendo allá por dónde pasaban, en su viaje sin destino pero de intención clara.

Antonio Delgado
@bravoadc

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