Sigmund Freud afirmó que existen dos fuentes de auténtica felicidad: el trabajo y el amor. En este blog normalmente hablamos más de lo primero que de lo segundo, pero quizá ambos tengan más en común de lo que parece…
El
trabajo, una actividad a la que dedicamos gran parte de nuestra vida, puede efectivamente
ser una valiosísima fuente de felicidad aunque, según cómo se viva, puede serlo
también de lo contrario.
¿Cuáles
son, por tanto, los factores que determinan que el trabajo se convierta en una
fuente de felicidad personal?
Estudios recientes han demostrado que, contrariamente a lo que pueda parecer, los profesionales que reportan mayores índices de felicidad en su trabajo no son los que tienen mayor retribución económica, seguridad en el empleo o un cargo más alto, sino aquéllos cuyas profesiones suponen una gran vocación y un servicio de ayuda a los demás. Hablamos de perfiles tan variopintos como bombero, sacerdote, médico, voluntario de ONG, maestro, enfermera, ...
Estudios recientes han demostrado que, contrariamente a lo que pueda parecer, los profesionales que reportan mayores índices de felicidad en su trabajo no son los que tienen mayor retribución económica, seguridad en el empleo o un cargo más alto, sino aquéllos cuyas profesiones suponen una gran vocación y un servicio de ayuda a los demás. Hablamos de perfiles tan variopintos como bombero, sacerdote, médico, voluntario de ONG, maestro, enfermera, ...
En
esta línea, las últimas investigaciones que han estudiado los factores que
promueven la felicidad en el trabajo, concluyen que aspectos como la
importancia de autorrealizarnos,
de desarrollar nuestras capacidades superiores, de lograr hitos
desafiantes o de contribuir con aportaciones significativas a la
humanidad, son razones mayores que impulsan nuestra cota de felicidad en
lo profesional.
Esta felicidad se ve incrementada si
además somos capaces de descubrir nuestro talento singular, aquellas capacidades
para las que realmente estamos preparados, y desarrollamos nuestra labor
profesional utilizando dicho talento. Es ahí cuando aportamos un gran valor de
forma natural y motivada, con una contribución muy significativa.
Para llegar aquí ¿cómo puedo saber cuál es mi talento singular
y/o vocación de servicio a los demás? Este es el punto donde el
reconocimiento juega un papel sustantivo.
Cuando
alguien –tu empresa, tu jefe, tus compañeros- reconoce el valor de
comportamientos concretos, nos ayuda a hacer visible nuestros talentos, propiciando que orientemos nuestro trabajo hacía aquellas
actividades más vocacionales, lo que
nos brinda mayor felicidad y compromiso con esa actividad.
Si
permitimos y fomentamos una cultura de reconocimiento en una organización,
incrementamos su felicidad neta, aparte de que también lograremos mejoras en el
negocio, ya que es más probable que cada empleado trabaje en sus capacidades
claves, en sus fortalezas, en su vocación y en su talento diferencial.
Y
si conseguimos esto tendremos trabajadores felices, que no sólo “viven de su trabajo”
sino que además “viven su trabajo”, con pasión, con amor, aportando verdadero valor a
su entorno. Cuando tu actividad te permite ser, expresarte y darte, sencillamente eres feliz. Por eso, volviendo a Freud, quizá esas fuentes de auténtica
felicidad podrían en el fondo estar alimentándose de un mismo manantial.
Antonio Delgado
ad@videobravo.net
www.videobravo.net
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