miércoles, 27 de noviembre de 2013

La envidia como barrera

¿Es la envidia un handicap o debilidad especialmente frecuente en la empresa española?
Existe tradición de considerar la envidia como rasgo característico nuestro. Jorge Luis Borges decía: el tema de la envidia es muy español... Para decir que algo es bueno dicen "es envidiable". ¿Estereotipo o realidad? Es una creencia muy arraigada, que convive con la opinión de que también somos muy generosos celebrando el triunfo de los demás. Puede que la razón de que "se mire mal al que tiene éxitono sea tanto por envidia como por la atribución de haber triunfado de forma ilícita y fácil, "haciendo trampas", con favoritismos o atajos varios. De hecho, normalmente la gente de éxito logrado bajo un prisma de esfuerzo e integridad está muy bien vista. Figuras del deporte como Rafa Nadal, nos sirven de claro ejemplo.

Pero exactamente. ¿qué es la envidia?. La RAE se refiere a ella como tristeza o pesar del bien ajeno. La Wikipedia la define como el sentimiento o estado mental en el cual existe dolor o desdicha por no poseer uno mismo lo que tiene el otro.  

Ciertamente, sea un rasgo cultural o no, la envidia es una actitud inhibidora y limitante. Hace más pequeño al que la siente; el que es objeto de ella la vive como una agresión, genera dinámicas sociales que alimentan la desconfianza, destruyendo las relaciones de apoyo más enriquecedoras. La envidia nos limita y despista en el desarrollo propio, ... Los entornos donde la envidia triunfa hace que el éxito sea más improbable, por impopular, propiciando actitudes de falsa modestia o del "éxito de la mediocridad". La envidia es una declaración de inferioridad (Napoleón). Es el opuesto de una cultura meritocrática enriquecedora y productiva.

"La envidia es una de las barreras más importantes que limitan la práctica del reconocimiento, sobre todo en nuestro país"  Una de las causas barajadas para explicar la escasa práctica de reconocimiento en nuestras organizaciones es considerarlo contra-cultural. Efectivamente, esto es así si estamos imbuidos en una "cultura de la envidia", de no aplaudir el éxito, ni de reconocer lo bueno en los demás. Es más, en una cultura de envidia de desarrolla la ironía y la socarronería, en donde se descalifica el éxito del otro, cuestionando su forma de proceder. Al límite, el éxito personal se vive desde la falsa modestia, casi "pidiendo disculpas por haberlo logrado, como si hubiese venido por azar o lo hubiésemos alcanzado sin querer".

Sin embargo, existe un efecto muy curioso. Por un lado, la envidia limita el desarrollo de una cultura de reconocimiento que permita desplegar el crecimiento y el éxito; mientras que por otro lado, implantar una práctica de reconocimiento supondrá la vacuna que puede cambiarlo todo. ¿Es esto posible?, ¿cómo transformar la envidia en reconocimiento sincero?
La envidia se diluye cuando cada uno tenemos algo por lo que sentirnos orgullosos. La clave de gestionar la envidia no es tanto trabajar la humildad en cada miembro -que también, como veremos-, como abordar en primera instancia la problemática de la autoestima

Lo primero que debemos hacer es propiciar que cada miembro de un grupo tenga algo por lo que sentirse orgulloso en relación a lo que él aporta a ese grupo u organización.  El entorno social debe asegurar las condiciones para que todos puedan recibir reconocimiento. los programas de reconocimiento social 2.0, hacen más fácil, frecuente e instantáneo lograr esto, el que cada uno obtenga del resto información sobre sus fortalezas. Sin autoestima, no hay paraíso. Ya dijo Marco Tulio Cicerón: nadie que confía en sí, envidia la virtud de otro.

La humildad, que tiene mucho que ver, es sin embargo el camino de vuelta y no de ida. Por tanto, lo primero es lograr que cada uno reconozca en sí mismo su valor, lo que le diferencia, le hace único y le permite contribuir al resto desde ahí, con lo suyo. Es perfecto, ya que si identifica esa cualidad con la que contribuye, resultará ser una fortaleza e irá sobrado; siempre podrá ayudar con ese talento diferencial. Si alguien es consciente de que puede ayudar y de cómo hacerlo, contará con una buena autoestima y será mucho más improbable que sienta envidia por otras cualidades de un tercero. De hecho, la clave de un equipo campeón es que cada miembro se percibe como especialista en un talento diferencial, y además cada uno reconoce y admira al resto de compañeros en su "especialidad diferencial".

Luego, una vez reforzada su autoestima alrededor de aquello que le hace especial y valioso, podrá trabajar la humildad y la compasión. Desde la autoconfianza lograda por percibirse fuerte y de valor, le será posible reconocer otros valores, otras cualidades y talentos sin desearlos envidiosamente. También será capaz de reconocer lo contrario, como situaciones difíciles, de sufrimiento o desequilibrio en otras personas. Comprenderá así tanto el éxito y el gozo como el malestar y el fracaso, pudiendo compartirlo y ayudar de forma sincera, desde su talento diferencial,  de manera humilde y compasiva.

En todo este proceso, un sistema de reconocimiento bien planteado, adaptado a la organización, y adecuadamente implementado tecnológica y socialmente, será de gran valor. Ayudará a que cada uno descubra y/o confime su talento y refuerce su autoestima, superando barreras autoimpuestas desde actitudes como la envidia. Transformar la cultura de una organización, alineándola con la estrategia y logrando un equipo cohesionado y campeón, es posible. Y en este objetivo, el reconocimiento social 2.0 es un gran aliado.

Antonio Delgado
ad@videobravo.net
www.videobravo.net

Pero iré por partes, porque el tema se las trae. Según la Wikipedia, envidia es “el sentimiento o estado mental en el cual existe dolor o desdicha por no poseer uno mismo lo que tiene el otro”. La RAE, por su parte, la ha definido como “tristeza o pesar del bien ajeno”.
Hace un mes me recordé del tema a raíz de un artículo que leí en elmundo.es donde un emprendedor llamado Álex Penadés nos cuenta que “vivimos en el país de las envidias, del poner la pierna encima, del si te caes te machaco, en el que la figura del emprendedor está mal vista y el prójimo se alegra de las desventuras del vecino, que se convierte en sospechoso sólo por haber arriesgado con una idea diferente”. Y después de menuda reprimenda, nos receta con previsible entusiasmo las fórmulas-USA en educación, donde “los niños se inician desde temprano en el arte de la venta” [sic].
Estupideces aparte, la tesis que nos proponen merecería un análisis sosegado. Lo que nos están diciendo es que los españoles son bastante más envidiosos que la media global, pero ésta es una afirmación que todavía nadie ha demostrado. Son meras suposiciones fruto de estereotipos, y de fotos viejas que debíamos actualizar porque la sociedad española ha cambiado mucho en los últimos 20 años.
Lo malo es que se trata de una creencia muy arraigada, y que queda divina-de-la-muerte en una charla, o en una entrevista, para echarle el muerto de nuestros errores a la cultura y las tradiciones. Esto de la envidia es un comodín perfecto para justificar nuestras cagadas.
El otro día un amigo compartía en Twitter un post de 2008 escrito por Jorge Juan Fernández, “La envidia de los españoles”, y después de leerlo, le comentaba que aunque me parecía muy bien escrito, no creía en eso.
Vale, en España hay muchos envidiosos, sí, pero como en cualquier otro país del mundo, o por lo menos, de la cultura latina, que es la que mejor conozco. Es un sentimiento humano (y quizás inevitable) que está presente en muchas culturas, y no creo que sea un rasgo que nos diferencie tanto de los demás. Digamos que he viajado bastante, y vivido en muchos sitios, y lo que yo observo es que la gente aquí es bastante generosa a la hora de celebrar los triunfos de los demás, y que es tan dada a exagerar para bien como para mal.
Así que eso de que “en España, cuando alguien tiene éxito, se le mira mal”, yo no lo veo como un rasgo cultural que marque tanto nuestra idiosincrasia. Para mí lo que llaman “envidia” no es la causa, sino el efecto de otra carencia. La envidia es la capa superficial de un problema más de fondo: la falta de un espíritu autocrítico genuino. Y lo explicaré a continuación.
Marc Vidal se queja en su libro de que cuando un empresario “triunfa”, tendemos a hacernos esta pregunta: “¿Qué habrá hecho para llegar ahí?”, y a mí la verdad que no me sorprende en absoluto, ni me parece mal que nos preguntemos eso, teniendo en cuenta el tipo de triunfos empresariales al que nos tienen acostumbrados. No confundamos envidia con incredulidad fundada.
Es que en este país más que envidia a los empresarios, hay una tradición de triunfar con trampa, a base de nepotismo, favoritismos o a cualquier precio. Mucha gente “triunfa” sin arriesgar. Rasgas en un pelotazo, y descubres mucha mierda detrás. Eso explica que se desconfíe tanto.
Algunos esperan que se les aplauda y bendiga por un tipo de “éxito” que consiste en hacer pasta vendiendo con habilidad algo que no aporta valor ninguno. Si una empresa da un pelotazo multiplicando su facturación por varios dígitos, y resulta que otros pensamos que los fundamentos son dudosos, es lógico que nos cuestionemos lo conseguido, una actitud que ellos van a interpretar como que sentimos envidia.
Sin embargo, los emprendedores que aportan auténtico valor, que hacen una propuesta social y empresarial coherente, suelen ser muy bien vistos, y no veo que se les ataque, más bien son bastante celebrados.
Rafael Sánchez Ferlosio da en el clavo del asunto. Fue leer su artículo en El País, y darme cuenta que tenía la pieza que me faltaba para escribir este post. Él afirma que la envidia española como pecado nacional es un “tópico tan difundido y cargante” que no solo es “barato sino también falso” y compartía un argumento como mínimo curioso.
Decía que más que “envidiosos” lo que hay es muchos “envidiados”, es decir, gente que necesita por alguna razón egocéntrica sentirse y quejarse de que se les envidia. Y lo explica así: “Los envidiosos de España no son más que un mito, una fantasía de los envidiados (…) algo que podría llamarse con toda propiedad <>”.
¡¡Genial!! Es un razonamiento sutil y potente que lo explica casi todo; pero quise buscar algún ejemplo de envidiado-sin-envidiosos que me ayudara a hacer esto más gráfico, y me encontré a Sánchez Drago repitiendo la misma cantinela: “Este país es fruto de la envidia, en cuanto destacas por algo van a por ti, y esto no sucede en ninguna parte”. Como veis, al pobre Drago no se le ocurre pensar que el “odio a la excelencia” que él achaca a la envidia española pueda ser, más bien, un rechazo a los soberbios y continuos disparates que se permite regalarnos cada semana. Dragó es un tío tan constructivo y respetuoso, que los que le critican lo hacen por pura envidia :-)
Nos sale algo mal, y entonces es más cómodo tirar balones fuera: algo que sí es un defecto bastante extendido en España. La falta crónica de autocrítica, de asumirla con naturalidad, forma parte del entramado que nos ha hecho pensar falsamente que la envidia es uno de nuestros pecados nacionales.
- See more at: http://www.amaliorey.com/2012/03/23/la-envidia-espanola-verdad-mito-o-paranoia-post-290/#sthash.Nuc8mmM7.dpuf
Pero iré por partes, porque el tema se las trae. Según la Wikipedia, envidia es “el sentimiento o estado mental en el cual existe dolor o desdicha por no poseer uno mismo lo que tiene el otro”. La RAE, por su parte, la ha definido como “tristeza o pesar del bien ajeno”.
Hace un mes me recordé del tema a raíz de un artículo que leí en elmundo.es donde un emprendedor llamado Álex Penadés nos cuenta que “vivimos en el país de las envidias, del poner la pierna encima, del si te caes te machaco, en el que la figura del emprendedor está mal vista y el prójimo se alegra de las desventuras del vecino, que se convierte en sospechoso sólo por haber arriesgado con una idea diferente”. Y después de menuda reprimenda, nos receta con previsible entusiasmo las fórmulas-USA en educación, donde “los niños se inician desde temprano en el arte de la venta” [sic].
Estupideces aparte, la tesis que nos proponen merecería un análisis sosegado. Lo que nos están diciendo es que los españoles son bastante más envidiosos que la media global, pero ésta es una afirmación que todavía nadie ha demostrado. Son meras suposiciones fruto de estereotipos, y de fotos viejas que debíamos actualizar porque la sociedad española ha cambiado mucho en los últimos 20 años.
Lo malo es que se trata de una creencia muy arraigada, y que queda divina-de-la-muerte en una charla, o en una entrevista, para echarle el muerto de nuestros errores a la cultura y las tradiciones. Esto de la envidia es un comodín perfecto para justificar nuestras cagadas.
El otro día un amigo compartía en Twitter un post de 2008 escrito por Jorge Juan Fernández, “La envidia de los españoles”, y después de leerlo, le comentaba que aunque me parecía muy bien escrito, no creía en eso.
Vale, en España hay muchos envidiosos, sí, pero como en cualquier otro país del mundo, o por lo menos, de la cultura latina, que es la que mejor conozco. Es un sentimiento humano (y quizás inevitable) que está presente en muchas culturas, y no creo que sea un rasgo que nos diferencie tanto de los demás. Digamos que he viajado bastante, y vivido en muchos sitios, y lo que yo observo es que la gente aquí es bastante generosa a la hora de celebrar los triunfos de los demás, y que es tan dada a exagerar para bien como para mal.
Así que eso de que “en España, cuando alguien tiene éxito, se le mira mal”, yo no lo veo como un rasgo cultural que marque tanto nuestra idiosincrasia. Para mí lo que llaman “envidia” no es la causa, sino el efecto de otra carencia. La envidia es la capa superficial de un problema más de fondo: la falta de un espíritu autocrítico genuino. Y lo explicaré a continuación.
Marc Vidal se queja en su libro de que cuando un empresario “triunfa”, tendemos a hacernos esta pregunta: “¿Qué habrá hecho para llegar ahí?”, y a mí la verdad que no me sorprende en absoluto, ni me parece mal que nos preguntemos eso, teniendo en cuenta el tipo de triunfos empresariales al que nos tienen acostumbrados. No confundamos envidia con incredulidad fundada.
Es que en este país más que envidia a los empresarios, hay una tradición de triunfar con trampa, a base de nepotismo, favoritismos o a cualquier precio. Mucha gente “triunfa” sin arriesgar. Rasgas en un pelotazo, y descubres mucha mierda detrás. Eso explica que se desconfíe tanto.
Algunos esperan que se les aplauda y bendiga por un tipo de “éxito” que consiste en hacer pasta vendiendo con habilidad algo que no aporta valor ninguno. Si una empresa da un pelotazo multiplicando su facturación por varios dígitos, y resulta que otros pensamos que los fundamentos son dudosos, es lógico que nos cuestionemos lo conseguido, una actitud que ellos van a interpretar como que sentimos envidia.
Sin embargo, los emprendedores que aportan auténtico valor, que hacen una propuesta social y empresarial coherente, suelen ser muy bien vistos, y no veo que se les ataque, más bien son bastante celebrados.
Rafael Sánchez Ferlosio da en el clavo del asunto. Fue leer su artículo en El País, y darme cuenta que tenía la pieza que me faltaba para escribir este post. Él afirma que la envidia española como pecado nacional es un “tópico tan difundido y cargante” que no solo es “barato sino también falso” y compartía un argumento como mínimo curioso.
Decía que más que “envidiosos” lo que hay es muchos “envidiados”, es decir, gente que necesita por alguna razón egocéntrica sentirse y quejarse de que se les envidia. Y lo explica así: “Los envidiosos de España no son más que un mito, una fantasía de los envidiados (…) algo que podría llamarse con toda propiedad <>”.
¡¡Genial!! Es un razonamiento sutil y potente que lo explica casi todo; pero quise buscar algún ejemplo de envidiado-sin-envidiosos que me ayudara a hacer esto más gráfico, y me encontré a Sánchez Drago repitiendo la misma cantinela: “Este país es fruto de la envidia, en cuanto destacas por algo van a por ti, y esto no sucede en ninguna parte”. Como veis, al pobre Drago no se le ocurre pensar que el “odio a la excelencia” que él achaca a la envidia española pueda ser, más bien, un rechazo a los soberbios y continuos disparates que se permite regalarnos cada semana. Dragó es un tío tan constructivo y respetuoso, que los que le critican lo hacen por pura envidia :-)
Nos sale algo mal, y entonces es más cómodo tirar balones fuera: algo que sí es un defecto bastante extendido en España. La falta crónica de autocrítica, de asumirla con naturalidad, forma parte del entramado que nos ha hecho pensar falsamente que la envidia es uno de nuestros pecados nacionales.
- See more at: http://www.amaliorey.com/2012/03/23/la-envidia-espanola-verdad-mito-o-paranoia-post-290/#sthash.Nuc8mmM7.dpuf

Estupideces aparte, la tesis que nos proponen merecería un análisis sosegado. Lo que nos están diciendo es que los españoles son bastante más envidiosos que la media global, pero ésta es una afirmación que todavía nadie ha demostrado. Son meras suposiciones fruto de estereotipos, y de fotos viejas que debíamos actualizar porque la sociedad española ha cambiado mucho en los últimos 20 años.
Lo malo es que se trata de una creencia muy arraigada, y que queda divina-de-la-muerte en una charla, o en una entrevista, para echarle el muerto de nuestros errores a la cultura y las tradiciones. Esto de la envidia es un comodín perfecto para justificar nuestras cagadas.
El otro día un amigo compartía en Twitter un post de 2008 escrito por Jorge Juan Fernández, “La envidia de los españoles”, y después de leerlo, le comentaba que aunque me parecía muy bien escrito, no creía en eso.
Vale, en España hay muchos envidiosos, sí, pero como en cualquier otro país del mundo, o por lo menos, de la cultura latina, que es la que mejor conozco. Es un sentimiento humano (y quizás inevitable) que está presente en muchas culturas, y no creo que sea un rasgo que nos diferencie tanto de los demás. Digamos que he viajado bastante, y vivido en muchos sitios, y lo que yo observo es que la gente aquí es bastante generosa a la hora de celebrar los triunfos de los demás, y que es tan dada a exagerar para bien como para mal.
Así que eso de que “en España, cuando alguien tiene éxito, se le mira mal”, yo no lo veo como un rasgo cultural que marque tanto nuestra idiosincrasia. Para mí lo que llaman “envidia” no es la causa, sino el efecto de otra carencia. La envidia es la capa superficial de un problema más de fondo: la falta de un espíritu autocrítico genuino. Y lo explicaré a continuación.
Marc Vidal se queja en su libro de que cuando un empresario “triunfa”, tendemos a hacernos esta pregunta: “¿Qué habrá hecho para llegar ahí?”, y a mí la verdad que no me sorprende en absoluto, ni me parece mal que nos preguntemos eso, teniendo en cuenta el tipo de triunfos empresariales al que nos tienen acostumbrados. No confundamos envidia con incredulidad fundada.
Es que en este país más que envidia a los empresarios, hay una tradición de triunfar con trampa, a base de nepotismo, favoritismos o a cualquier precio. Mucha gente “triunfa” sin arriesgar. Rasgas en un pelotazo, y descubres mucha mierda detrás. Eso explica que se desconfíe tanto.
Algunos esperan que se les aplauda y bendiga por un tipo de “éxito” que consiste en hacer pasta vendiendo con habilidad algo que no aporta valor ninguno. Si una empresa da un pelotazo multiplicando su facturación por varios dígitos, y resulta que otros pensamos que los fundamentos son dudosos, es lógico que nos cuestionemos lo conseguido, una actitud que ellos van a interpretar como que sentimos envidia.
Sin embargo, los emprendedores que aportan auténtico valor, que hacen una propuesta social y empresarial coherente, suelen ser muy bien vistos, y no veo que se les ataque, más bien son bastante celebrados.
Rafael Sánchez Ferlosio da en el clavo del asunto. Fue leer su artículo en El País, y darme cuenta que tenía la pieza que me faltaba para escribir este post. Él afirma que la envidia española como pecado nacional es un “tópico tan difundido y cargante” que no solo es “barato sino también falso” y compartía un argumento como mínimo curioso.
Decía que más que “envidiosos” lo que hay es muchos “envidiados”, es decir, gente que necesita por alguna razón egocéntrica sentirse y quejarse de que se les envidia. Y lo explica así: “Los envidiosos de España no son más que un mito, una fantasía de los envidiados (…) algo que podría llamarse con toda propiedad <>”.
¡¡Genial!! Es un razonamiento sutil y potente que lo explica casi todo; pero quise buscar algún ejemplo de envidiado-sin-envidiosos que me ayudara a hacer esto más gráfico, y me encontré a Sánchez Drago repitiendo la misma cantinela: “Este país es fruto de la envidia, en cuanto destacas por algo van a por ti, y esto no sucede en ninguna parte”. Como veis, al pobre Drago no se le ocurre pensar que el “odio a la excelencia” que él achaca a la envidia española pueda ser, más bien, un rechazo a los soberbios y continuos disparates que se permite regalarnos cada semana. Dragó es un tío tan constructivo y respetuoso, que los que le critican lo hacen por pura envidia :-)
Nos sale algo mal, y entonces es más cómodo tirar balones fuera: algo que sí es un defecto bastante extendido en España. La falta crónica de autocrítica, de asumirla con naturalidad, forma parte del entramado que nos ha hecho pensar falsamente que la envidia es uno de nuestros pecados nacionales.
- See more at: http://www.amaliorey.com/2012/03/23/la-envidia-espanola-verdad-mito-o-paranoia-post-290/#sthash.Nuc8mmM7.dpuf
Pero iré por partes, porque el tema se las trae. Según la Wikipedia, envidia es “el sentimiento o estado mental en el cual existe dolor o desdicha por no poseer uno mismo lo que tiene el otro”. La RAE, por su parte, la ha definido como “tristeza o pesar del bien ajeno”.
Hace un mes me recordé del tema a raíz de un artículo que leí en elmundo.es donde un emprendedor llamado Álex Penadés nos cuenta que “vivimos en el país de las envidias, del poner la pierna encima, del si te caes te machaco, en el que la figura del emprendedor está mal vista y el prójimo se alegra de las desventuras del vecino, que se convierte en sospechoso sólo por haber arriesgado con una idea diferente”. Y después de menuda reprimenda, nos receta con previsible entusiasmo las fórmulas-USA en educación, donde “los niños se inician desde temprano en el arte de la venta” [sic].
Estupideces aparte, la tesis que nos proponen merecería un análisis sosegado. Lo que nos están diciendo es que los españoles son bastante más envidiosos que la media global, pero ésta es una afirmación que todavía nadie ha demostrado. Son meras suposiciones fruto de estereotipos, y de fotos viejas que debíamos actualizar porque la sociedad española ha cambiado mucho en los últimos 20 años.
Lo malo es que se trata de una creencia muy arraigada, y que queda divina-de-la-muerte en una charla, o en una entrevista, para echarle el muerto de nuestros errores a la cultura y las tradiciones. Esto de la envidia es un comodín perfecto para justificar nuestras cagadas.
El otro día un amigo compartía en Twitter un post de 2008 escrito por Jorge Juan Fernández, “La envidia de los españoles”, y después de leerlo, le comentaba que aunque me parecía muy bien escrito, no creía en eso.
Vale, en España hay muchos envidiosos, sí, pero como en cualquier otro país del mundo, o por lo menos, de la cultura latina, que es la que mejor conozco. Es un sentimiento humano (y quizás inevitable) que está presente en muchas culturas, y no creo que sea un rasgo que nos diferencie tanto de los demás. Digamos que he viajado bastante, y vivido en muchos sitios, y lo que yo observo es que la gente aquí es bastante generosa a la hora de celebrar los triunfos de los demás, y que es tan dada a exagerar para bien como para mal.
Así que eso de que “en España, cuando alguien tiene éxito, se le mira mal”, yo no lo veo como un rasgo cultural que marque tanto nuestra idiosincrasia. Para mí lo que llaman “envidia” no es la causa, sino el efecto de otra carencia. La envidia es la capa superficial de un problema más de fondo: la falta de un espíritu autocrítico genuino. Y lo explicaré a continuación.
Marc Vidal se queja en su libro de que cuando un empresario “triunfa”, tendemos a hacernos esta pregunta: “¿Qué habrá hecho para llegar ahí?”, y a mí la verdad que no me sorprende en absoluto, ni me parece mal que nos preguntemos eso, teniendo en cuenta el tipo de triunfos empresariales al que nos tienen acostumbrados. No confundamos envidia con incredulidad fundada.
Es que en este país más que envidia a los empresarios, hay una tradición de triunfar con trampa, a base de nepotismo, favoritismos o a cualquier precio. Mucha gente “triunfa” sin arriesgar. Rasgas en un pelotazo, y descubres mucha mierda detrás. Eso explica que se desconfíe tanto.
Algunos esperan que se les aplauda y bendiga por un tipo de “éxito” que consiste en hacer pasta vendiendo con habilidad algo que no aporta valor ninguno. Si una empresa da un pelotazo multiplicando su facturación por varios dígitos, y resulta que otros pensamos que los fundamentos son dudosos, es lógico que nos cuestionemos lo conseguido, una actitud que ellos van a interpretar como que sentimos envidia.
Sin embargo, los emprendedores que aportan auténtico valor, que hacen una propuesta social y empresarial coherente, suelen ser muy bien vistos, y no veo que se les ataque, más bien son bastante celebrados.
Rafael Sánchez Ferlosio da en el clavo del asunto. Fue leer su artículo en El País, y darme cuenta que tenía la pieza que me faltaba para escribir este post. Él afirma que la envidia española como pecado nacional es un “tópico tan difundido y cargante” que no solo es “barato sino también falso” y compartía un argumento como mínimo curioso.
Decía que más que “envidiosos” lo que hay es muchos “envidiados”, es decir, gente que necesita por alguna razón egocéntrica sentirse y quejarse de que se les envidia. Y lo explica así: “Los envidiosos de España no son más que un mito, una fantasía de los envidiados (…) algo que podría llamarse con toda propiedad <>”.
¡¡Genial!! Es un razonamiento sutil y potente que lo explica casi todo; pero quise buscar algún ejemplo de envidiado-sin-envidiosos que me ayudara a hacer esto más gráfico, y me encontré a Sánchez Drago repitiendo la misma cantinela: “Este país es fruto de la envidia, en cuanto destacas por algo van a por ti, y esto no sucede en ninguna parte”. Como veis, al pobre Drago no se le ocurre pensar que el “odio a la excelencia” que él achaca a la envidia española pueda ser, más bien, un rechazo a los soberbios y continuos disparates que se permite regalarnos cada semana. Dragó es un tío tan constructivo y respetuoso, que los que le critican lo hacen por pura envidia :-)
Nos sale algo mal, y entonces es más cómodo tirar balones fuera: algo que sí es un defecto bastante extendido en España. La falta crónica de autocrítica, de asumirla con naturalidad, forma parte del entramado que nos ha hecho pensar falsamente que la envidia es uno de nuestros pecados nacionales.
- See more at: http://www.amaliorey.com/2012/03/23/la-envidia-espanola-verdad-mito-o-paranoia-post-290/#sthash.Nuc8mmM7.dpuf

2 comentarios :

  1. Excelente análisis, me ha interesado mucho el reconocimiento social 2.0, para añadir valor al proceso de transformación de la cultura organizacional. No obstante, aunque comparto la necesidad primaria de "alimentar la autoestima", no llego a vislumbrar cómo sería el camino de aprendizaje de un líder "dotado" de altas dosis de soberbia y falto de empatía auténtica.
    Muchas gracias por el post, me ha servido para reflexionar.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Manuela por compartir tu interés.
    La cuestión que planteas tiene más de una respuesta posible... dependiendo de cómo sea la persona y su entorno (ya sabes, "yo y mis circunstancias...").
    He conocido directivos con egos kilométricos, que han sido capaces de incorporar la humildad a sus recursos y de desarrollar la sensibilidad apreciativa para transformarse en verdaderos campeones del reconocimiento y, por tanto, excelentes gestores de personas.
    Es cuestión de vivir una experiencia apropiada que les haga "cuestionar la mayor" para cambiar el chip. Experiencias no necesariamente en lo profesional; pueden ser desde temas de salud, de impotencia ante un hecho incontrolable, ser protagonista de una acción ejemplarmente generosa de un tercero,..
    El cambio siempre es posible, a cierto precio, aunque muchas veces no sea deseado, ni veamos el camino.

    ResponderEliminar