Actualmente
es difícil encontrar una compañía con vocación de permanencia, y con cierta
relevancia, que carezca de una declaración madurada y consistente de su razón
de ser, de lo que es importante para ella y rige su comportamiento.
Normalmente
articulado en la triada misión, visión y valores, las
organizaciones definen su esencia o ADN, aquello que las hace singulares,
distintas de otras y recoge su valor diferencial. Estrechamente alineada con la
estrategia y los objetivos corporativos, conforman la entidad total, a
modo de ying y yang, cuerpo y alma, soft y hard, intención y acción. Y
cierran un círculo en el que se alimentan mutuamente: los valores permiten
ejecutar la estrategia, lo que legitima y da sentido a esos valores.
Su
importancia va mucho más allá del decir, de ser una declaración
explícita de estilos e intenciones. Una organización cuenta con una cultura
sólida y de éxito cuando se viven esos valores en el día a día: los
empleados se comportan de acuerdo a esos valores en las circunstancias en
"las que toca" actuar así. Si por ejemplo uno de los valores de la
empresa es "cliente", los empleados disfrutarán atendiendo al
cliente, respondiendo a sus preguntas y buscando su satisfacción, priorizando
el atenderles frente a otras tareas. Si en vez de esto, los empleados interactúan
sin vocación con el cliente y le hacen esperar al dedicarse por ejemplo a
ordenar papeles antes de atenderle, esta organización carecerá del valor cliente,
por mucho que aparezca escrito en sus presentaciones corporativas.
De
hecho, este suele ser el reto de las empresas, especialmente después de un
proceso de cambio o transformación cultural. ¿Cómo lograr que se vivan
los valores y pasar del decir al hacer?, ¿cómo fomentar el
ejemplo entre los directivos?, ¿cómo hacer ver lo importante de comportarnos
así?...
Normalmente
la implantación del "nuevo modelo" y el despliegue de los valores van
acompañados de distintas acciones de sensibilización y comunicación, eventos
corporativos, formativos y otros actos más o menos impactantes, celebrativos y resultones,
que dejan buenos recuerdos... y pocos cambios en los hábitos del día a día.
Es
aquí donde la práctica del reconocimiento social supone una intervención
poderosa para lograr un cambio real en el sentido deseado. Mucho más
potente que describir o explicar qué comportamientos, alineados con los
valores, esperamos de nuestros empleados, es reconocer, reforzar y
aplaudir aquellas acciones que son ejemplos de un valor dado.
Puro aprendizaje aplicado. Aprendizaje instrumental al reforzar la
conducta, aprendizaje social al modelar la conducta deseada, aprendizaje
por aproximaciones sucesivas (fading) al ir reforzando comportamientos cada vez
más ejemplares de cada valor.
Busquemos
la explicación que busquemos, lo cierto es que no hay acción más eficaz
para consolidar un comportamiento que reforzar su presencia. Esto es lo
que produce precisamente el reconocimiento social.
Además,
los programas de reconocimiento social bien implantados hacen de cada empleado
un "vigilante de buenas conductas", detectando en tiempo real
comportamientos de valor en su entorno. Contamos así con un proceso vivo, auto
sostenido, que no sólo promueve un clima positivo y reforzante, también
nos proporciona información en tiempo real, a modo de sistema 360º vivo, de los
comportamientos valiosos que diariamente ocurren a lo largo y ancho de la
organización.
Normalmente
señalamos como valor diferencial de los sistemas de reconocimiento profesional
el incremento en el compromiso de los implicados, al afectar a aspectos
como motivación, autoestima e inclusión grupal. Sin embargo, como hemos
podido apreciar tienen también un valor instrumental relevante en la gestión
del talento, ya que nos proporciona información continua sobre
comportamientos, capacidades y contribuciones de los empleados, a ojos
de su entorno profesional, lo que enriquece y contrasta la información sobre perfiles
y mapas de talento de la organización, de valor para otros procesos de la
gestión de personas (desempeño, sucesiones,...).
Utilizar
la práctica del reconocimiento para lograr el alineamiento y
la integración cultural es posiblemente la elección más ventajosa,
si nuestro reto efectivamente es hacer "vivir los valores en nuestra
organización". Una adecuada implementación de estos programas será la
palanca estratégica que hará posible el cambio; un cambio real y sostenido en
el día a día con la participación activa y positiva de todos; posiblemente
no haya otra forma hoy día de alcanzar el éxito.
ad@videobravo.net
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